Antes de que el Mutua Madrid Open se trasladara a la Caja Mágica, como parte de la gira europea de primavera en tierra batida, era uno de los torneos de referencia del calendario en el tramo final de la temporada en pista dura cubierta. Probablemente, la superficie más hostil para los jugadores locales, aunque no fue argumento suficiente para que Juan Carlos Ferrero y Rafael Nadal triunfaron en los primeros años del torneo en la capital de España.
Una de las ediciones más inolvidables de este ATP Masters 1000 se remonta veinte años atrás. Concretamente, hasta 2005, un evento que quedará grabado para siempre en la memoria de todos los aficionados al tenis y, también, en la carrera de Nadal. El balear consiguió entonces el único título en pista dura cubierta que habita en su vitrina entre los 92 con los que finalmente se retiró el pasado curso.
La épica no proviene de la circunstancia de que el tiempo demostrara que ese sería su único premio en las condiciones más duras para él. Si aquel título, de los cinco que ganó en Madrid, fue aún más especial es porque lo hizo en una memorable final, remontando dos sets en contra. Y, por si fuera poco, con una tendinitis en la rodilla que había puesto en duda su participación.
De hecho, los aparatosos vendajes que lucía en sus piernas impedían que fueran un tema de conversación recurrente en la sala de prensa. “He terminado con un poco de dolor en la rodilla”, admitió el español tras su partido de semifinales frente a Robby Ginepri, a quien había batido por 7-5, 7-6(1). “Aunque no estoy preocupado. Ya sólo queda un partido y aguanto, seguro”.
Entonces, es probable que no podía imaginar lo que aún le esperaba por delante. Nadal había superado en su estreno a Victor Hanescu por 7-6(5), 6-3. En segunda ronda se deshizo de su compatriota Tommy Robredo por 6-2, 6-4 y en cuartos de final a Radek Stepanek por 7-6(9), 6-4. En total, acumulaba 6 horas y 31 minutos de camino a la última ronda. “El médico me ha dicho que [la rodilla] está más cargada que otros días”, reveló antes de la final.
Al otro lado de la red, el 23 de octubre de 2005 le esperaba Ivan Ljubicic, el cañonero croata que se presentó en el duelo ante Nadal con una media de 17,25 aces por partido. Ese día, el entonces No. 12 del PIF ATP Rankings registró 32 saques directos en las tres horas y 53 minutos que duró la final.
Su gran rendimiento con el servicio le ayudó a dominar por 6-3, 6-2, 1-1, 0/30. Pero las más de 10.000 almas presentes en la grada fueron testigos de una tarde de gloria, una demostración de lo que fue la seña de identidad de Nadal en sus más de 20 temporadas como profesional. Recuperar lo que parecía imposible.
Nadal fue rescatando la distancia perdida. Punto a punto. Set a set. El manacorí era la sensación del circuito por su desparpajo, por afrontar cada partido como una batalla en la que él no iba a ser el primero en rendirse, por su generoso derroche físico.
Salvó el tercer set por 6-3. En el cuarto consiguió igualar, dejándolo de su lado por 6-4. Y el quinto fue una batalla a todo o nada que se decidió en un dramático tie-break, que finalmente se adjudicó el manacorí por 7-3.
Era el undécimo título de la temporada más laureada de su carrera, después de conquistar Costa do Sauipe, Acapulco, Montecarlo, Roma, Roland Garros, Bastad, Stuttgart, Canadá, Pekín y Madrid. Fue sólo la carta de presentación de una de las grandes leyendas de este deporte.