Serena Williams ha colgado la raqueta este año. Como suele ser habitual en ella, dejó abierta la posibilidad de descolgarla, pero, a decir verdad, es poco probable. Su adiós a Madrid se adelantó un poco a su adiós definitivo a las pistas porque este año hará ocho en la que no la vemos por la Caja Mágica. En esos ocho años el tenis femenino ha cambiado: la competitividad ha vencido, por el momento definitivamente, a la jerarquía. Una jerarquía de la que ella sigue siendo la última representante y a la que hizo honor casi siempre que pisó la Caja Mágica.
Las tenistas llegaron al Mutua Madrid Open en 2009, a tiempo para inaugurar la Caja Mágica y dar al torneo la dimensión que ahora tiene. Serena llegó ya a Madrid como estrella. Había dejado ya atrás la ‘tutela’ de Venus y ya empezaba a vislumbrarse un horizonte en el que Serena podría acabar, como sucedió, a la altura de Graf, de Billie Jean King, de Margaret Court, de Chris Evert o incluso de esa Martina Navratilova que no hacía tanto parecía insuperable. Su primer recuerdo madrileño, con todo, no fue el mejor. Se retiró lesionada tras perder el primer set ante Francesca Schiavone y se fue de la pista entre lágrimas y contrariada con la situación.
Es imposible saber qué hubiera sido de Serena Williams si el éxito no hubiera sido un componente más de su existencia, cómo sería Serena si los 40 años y 11 meses de su retirada le hubieran llegado siendo una persona anónima -y ella, confesó una vez durante el Mutua que a veces pasea ‘disfrazada’ de ‘anónima’ para sentirse por un rato ‘como los demás’. Lo que sí sabemos es que esa edad le llegó en posesión de un impresionante palmarés, al que sólo le ha faltado la conquista del Grand Slam y ese vigesimocuarto grande -ahí es nada- que tanto ha perseguido: logros excepcionales, propios de una deportista excepcional. Y sabemos también que a medida que su carrera iba avanzando y su palmarés aumentando, Serena Williams iba madurando personalmente lo que -sabemos también- no siempre sucede.
Serena volvió al año siguiente, recalcando que esperaba retirarse “sobre los 30 años” y pensaba más en los grandes torneos que en el número 1. Madrid siguió, sin embargo, siendo una espina para ella algún tiempo más porque Maria Petrova apenas la dejó asomarse a las rondas finales. Pero dos años más tarde demostró que ‘concedía’ a Madrid esa condición de gran torneo, porque volvió para ganarlo dos veces consecutivas.
Un torneo de los importantes
En 2012, el año de la tierra azul, su temporada estaba siendo intermitente, pero dejó fuera en las rondas finales a Wozniacki, Sharapova, la revelación Hradecka y en la final, a la número 1 Azarenka 6-1, 6-3 mientras ironizaba sobre el revuelo que acompañó aquel año a a la novedosa superficie, afirmando que “las mujeres no nos hemos quejado. Nosotras somos más duras”. Extendió su racha un año más, en el que superó entre otras a una Anabel Medina que le dio un soberano susto (6-3, 0-6, 7-5) para no pasar tampoco grandes apuros en la final ante Sharapova (6-1, 6-4). Una lesión en el muslo la apartó del torneo en 2014, aunque antes dejó fuera de los cuartos a Carla Suárez.
En 2015 Serena ya había superado en cuatro años el límite de edad que unas temporadas antes se había ‘fijado’ para retirarse. Ese año Petra Kvitova, una de las Reinas de Madrid, puso fin con un 6-2, 6-3 en las semifinales a la historia común de Serena Williams y el Mutua Madrid Open: Ya en esa fase de carrera en la que los grandes tenistas son conscientes de que juegan para y contra la historia, el objetivo de Serena Williams pasó a ser ese Grand Slam número 24 que finalmente se le escapó y todo lo demás quedó supeditado a ello.
El legado Williams
Chris Evert lo definió: lo que Serena Williams ha significado fuera de la cancha está al nivel de lo que ha logrado dentro de ella. Sus 23 Grand Slam y resto de títulos no se han agotado en sí mismos, sino que los ha convertido en herramientas para dejar un legado que seguramente sólo esté empezando a desarrollarse.
Serena, por ejemplo, ha sido campeona, madre y luego, de nuevo campeona, demostrando lo obsoleto de las categorías mentales que quisieran obligar a las mujeres a elegir entre la maternidad y cualquier otra cosa (ganó un Abierto de Australia con dos meses de embarazo, y volvió a las pistas después de un parto que puso en riesgo su vida). Serena ha sido y es ‘socialité’, como se dice ahora. Pero también ha dado contenido a la condición de embajadora de UNICEF que para otros es un adorno. Su empresa, Serena Ventures, apoya iniciativas como la construcción de escuelas en África y recursos sociales en Compton, el barrio-ghetto de Los Angeles donde se inició su historia, ahora filmada y oscarizada: ‘El Método Williams’, premiada con cinco Oscar en 2022, es una amable historia oficial pero bastante fidedigna, en líneas generales.
No es decir poco, porque ese ser ‘ella misma’ significa ser una persona que a ojos de no pocos no debería estar donde estaba. Al joven Bjorn Borg le dijeron que el tenis no era “para todo el mundo” (él no era de clase alta). Manolo Santana pudo triunfar, porque encontró gracia a los ojos de quienes eran dueños de las pistas y las bolas. A Serena no se lo dijeron abiertamente _salvo cuando en Indian Wells ella y su hermana sufrieron insultos racistas— pero su propia trayectoria era un recordatorio de que ni ella ni su hermana eran esperadas en ese lugar, la élite del tenis. En llevarlas allí sí tuvo mérito, y mucho, Richard Williams.
Serena Williams no ha sido exactamente tenista y activista, como tuvo que serlo Martina Navratilova pero, desde luego, ha proyectado su figura de tenista más allá del tenis. Y ese es otro de sus méritos, y no el menor. Dejaba huella allá por donde iba y la Caja Mágica no fue excepción: Siempre la echaremos de menos.